Arte y Espectáculos

Una película sobre todo lo bueno de hacer cine, aún más si se filma tras las rejas

Se estrenó "Cheto cheto", de Fabio Zurita. Es la historia de un grupo de pibes que asiste a un taller de cine que se realiza en un instituto de menores. Las historias de los reclusos, la posibilidad de la libertad y cómo el arte transforma para siempre.

 

Grabada en varios institutos de menores y cárceles de la provincia de Buenos Aires, la película “Cheto cheto”, dirigida por Fabio Zurita, es un relato a favor de propuestas artísticas en los contextos de encierro. Su filme cuenta todo lo positivo que emerge a partir de ofrecer un taller de cine en varias de esas instituciones, con personas muy jóvenes que atravesaron años de encierro.

Tras haber sido proyectada en la TV Pública, desde mañana se la podrá ver durante seis meses en la plataforma de Cont.Ar. Y tiene chances de que se vea en Formosa, donde vive uno de los protagonistas, entre otros escenarios.

Zurita empezó a recorrer estas instituciones para “pasar películas”, contó a LA CAPITAL. “Comencé a visitar los institutos, hubo veces que arrancaba temprano en La Plata, pasaba por Dolores y si me quedaba tiempo hacía Batancito en Mar del Plata o en todo caso me quedaba y lo arrancaba a la mañana antes de regresar”.

“Y al estar con la cámara, después de trabajar dejaba que (los chicos) la usen haciendo entrevistas y filmando situaciones”, agregó.

 


 

Una escena de la película, que dirigió Fabio Zurita.


 

Hasta que se quedó a trabajar fijo en el Instituto Alfaro de La Plata y el contacto estrecho con los internos permitió que aflorara este documental.

Los tiempos se aceleraron ante la posibilidad de que el grupo se desintegrara, ya que algunos “se iban en libertad, otros reincidían y quedaba en penales de adultos, o eran trasladados por diferentes motivos”. Finalmente, llegó el respaldo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y la película tuvo chances de hacerse.

Gran parte del filme se centra en la voz de Nicolás Raposso, uno de los jóvenes que conoció en el Alfaro. Los fragmentos de su vida se mezclan con la de otros personajes: Omar Ema y Santiago Montoya, por ejemplo. Todos pibes sensibles, con inclinaciones poéticas y literarias, con vidas muy duras y siempre víctimas de la marginalidad.

Mientras la película avanza también se va transformando en un documento que expone las condiciones de vida tras las rejas: la justicia injusta, las largas esperas, la falta de elementos mínimos, el inutilidad de un sistema que no prepara para vivir en libertad y sigue deshumanizando.

No obstante, el filme transmite su cuota de esperanza: para muchos de los personajes, los institutos fueron una posibilidad de conocer el cine, la poesía, la literatura y la filosofía. Y eso los transformó definitivamente.

“A Nico lo conocí previo a estar fijo en Alfaro -recordó Zurita-, ya dando los talleres itinerantes nos conocimos en Pablo Nogués, como a otros tantos pibes que pasaron por la propuesta de taller de cine y que no retenía por la cantidad de chicos que constantemente ingresan y presenciaban el taller. Nico se enteró de que estaba en el Alfaro y se me acercó a pedirme que lo tenga en cuenta para el taller, porque había escrito muchas cosas y quería participar, me insistió y le dije que sí, todos los que deseaban participar podían hacerlo”.

-Se esgrimen en el documental ideas para repensar las cárceles y los institutos de menores, a partir de que se ve que el encierro no no sirve para reencauzar conductas, ¿buscás con la película contribuir al debate sobre el sentido de estos espacios?

-Le diría al sistema judicial que conviva un mes en los penales de mujeres y hombres y comprueben que tan bien se está, si todo funciona para una reinserción o es un castigo que denigra a la persona, que nunca se la escucha. Se basan en informes penitenciarios como si fuese un jardín de infantes. Entonces comprenderían un poco más que es una escuela del odio o de la cabeza quemada. No digo que los encierren a los que juzgan, pero al menos que cumplan con su deber de visitar a una procesada o condenada…

-Todos los protagonistas tienen vidas muy injustas, muy duras, son víctimas de la pobreza, de la marginación, pero no siempre son vistos así. ¿Quisieras que el filme acerque a ambas partes, que unos entiendan a los otros? ¿Puede el cine lograr eso?

-El cine cambia esa mirada siempre que tengan los espacios, horarios y la difusión necesaria, entonces la película documental transforma o al menos tranquiliza la mente, me interesa mucho que se vea justamente para eso, para conseguir que las condiciones mejoren y no para que

perduren hasta el momento que se piense en cerrar las cárceles. Esperaba críticas muy duras sobre la temática a debatir y en todo este tiempo no hubo nada de eso.

-En la película hay una frase que es muy aclaratoria sobre el proceso judicial que viven las personas privadas de su libertad: “La justicia es una eterna espera”. ¿La espera se convierte en otro castigo que se suma al encierro?

-La justicia lenta es injusticia y una persona vista desde un expediente es deshumanizar, por eso la película en cierto modo visibiliza lo que el sistema ve como norma.

-Otro punto de la película es la inutilidad del sistema carcelario para reinsertar a las personas en la sociedad. ¿Consideras que, en ese sentido, se potencia la necesidad de que haya talleres como el de cine?

-Después de la libertad hay muy poco acompañamiento; haber sido alejado de lugares, situaciones y despojados de todo, la familia, la calle, la distancia y con las ansias de recuperar el tiempo irrecuperable; salen a la calle a sobrevivir en un posible barrio que los estigmatiza y que

difícilmente consiga un empleo y solo les queda resistir en su mundo desigual. Se potencia la necesidad de los talleres de cine, como de teatro, pero sin cárceles.

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